Llego tarde a la universidad. A una clase que se
suponía que era una presentación. Pues no, teoría con practica al final. Menuda
mañanita, si lo sé, me quedo acostada en mi camita.
El problema de faltar el primer día de clase como
hice yo ayer es que si la asignatura que te pierdes es de parejas no puedes
elegir y te toca con el maestro. En este caso toda mi clase tenía ya pareja. Y
al ser dos maestro en clase me iba a tocar con uno de ellos seguro. Y encima
clase práctica y una de las más difíciles. No tenia examen final, pero si había
que hacer tres trabajos de investigación jodidisimos.
La clase la impartían dos
chicas según me habían dicho mis amigas y compañeras de clase, Jolie y Tatiana.
Estaba
jodida.
De camino al piso me plantee volver a pasar por el
gimnasio, ya que el otro camino era bastante más largo. Pero era demasiado
cabezona para volver a pasar por ahí y darle el gusto a Adair de que me dijera
algo (en el caso de que todavía estuviera en el gimnasio)
Vivía en un primero con entresuelo, se podría decir
que era un segundo por eso siempre subía por las escaleras.
Lo primero que vi fue la mesa del café exactamente
donde esta mañana. Enfrente de mi puerta. Lo segundo era que había el doble de
muebles en el pasillo que otros días.
Un poco chamuscada por todo, fui derecha a la puerta
del vecino a cantarle las cuarenta. Hubiese imaginado todo tipo de cosas. Desde
que me recibiera un niño pequeño, a un anciano o alguna ama de casa cuarentona.
Pero no, lo que me abrió la puerta fue un hombre
moreno en calzones al cual yo no podía dejar de mirarle el paquete. Su piel era
morena, debería de medir sobre uno-ochenta,-largo-,
y tenía cuerpo de atleta.
No paraba de pensar que parecería una pervertida,
pero joder, al verle la cara me había dado cuenta. Yo a este hombre lo había
visto desnudo, yo lo conocía.
— ¡Eres
actor porno!, — grite nada más me abrió la puerta. No le di ni tiempo a hablar.
Me ruboricé de golpe. Toda la sangre agrupándose en
mi cara. Cada vez la liaba más. El chico extendió una sonrisa típica de un
depredador en su cara. Volví a darle un repaso de arriba abajo. Sabía lo que
guardaba en esos slips.
No es que yo viera mucho porno, si había visto algo,
pero no me gustaba.
A este chico lo conocía por culpa de Carlos y
Manuel, lo novios de Sonia Y Azahara, que en uno de nuestros “jueves
universitarios” para hacer la gracia alquilaron una película X. No es que
nosotras quisiéramos verla, pero con una botella de tequila te daba igual ver
porno que una película de miedo.
— No
estoy acostumbrado a recibir fans en la puerta de mi casa, —dijo extendiendo la
mano. — Soy Héctor, tu nuevo vecino.
Mirándolo un poco alucinada le di un apretón a su
mano. Y fui a explicarme corriendo.
— N…no es que yo vea porno. Es decir, que a ti
te conozco por que unos amigos pusieron una película de broma y cómo íbamos…
— No
hace falta que me des explicaciones, — me cortó antes de que pudiera decir algo
más —. Si soy actor porno, y tu eres una mujer muy guapa que ves y haces con tu
cuerpo lo que te da la gana, ¿verdad?
Asentí, pues no sabía que mas decir, lo había
clavado el tío. Intente dejar a un lado las ganas de continuar explicándome y
por fin le dije lo que había venido a decir.
— ¿Podéis
recoger los muebles que están en la escalera? No puedo pasar al piso…
Señale la mesa delante de la puerta de mi piso.
Hector, ni corto ni perezoso, salió al pasillo tal
cual iba y retiro la mesa. Yo sabía que en el culo llevaba un tatuaje de un sol,
recordaba eso. Tenía un problema serio. Se me iban los ojos, pero no porque me
gustase, si no porque sentía curiosidad ¿seria así de bueno en la cama como se
veía en la película? ¿Sería todo eso verdad? ¿Sería la película siquiera como
yo la recordado o el tequila había echo de las suyas?
— Lo
siento, —dijo. — esta tarde ya terminamos la mudanza. Está todo un poco manga
por hombro. —Sonrió.
— No
pasa nada, — dije, pues no sabía que decir.
Metió la mesa en su casa, pero yo ya no lo estaba
mirando a él, estaba mirando al otro hombre que estaba apoyado en el marco de
una puerta al final del pasillo de su casa.
— Hasta
luego vecina, — dijo Hector.
— Hasta
luego leona, —dijo Adair detrás de él como si nada.
Me quede en medio del pasillo un rato, mirando la
puerta con los ojos como platos. Esto ya era la ostia. Por lo visto el día iba
a ser redondo.
Ya dentro de casa y con la comida echa, Paula no
paraba de parlotear a mi alrededor, por lo visto ya había fichado a uno y
estaba preparada para atacar. Yo todavía no acababa de entender que con mi edad
no pudiera ser ni la mitad de desinhibida que ella.
Por mi parte, mi cabeza iba a toda leche. Tenia de
vecinos a un actor porno y a un macho-men
del gimnasio. No sabía ni como, pero ahí estaban. ¿Serán gays? Me pregunté.
Con la cabeza como un bombo decidí serenarme e
intentar pensar en todo lo que había pasado esta semana y eso que estábamos a
martes.
Había perdido un día de clase, había conocido a un
hombre que me provocaba de una manera extraña, había dado la clase más pesada
de la historia y tenía a un actor porno viviendo enfrente; con el tío del
gimnasio que me provocaba cosas raras...
— Gabriela
estás empanada. Estas peor que Anuska recién levantada, — rio Paula.
— ¿Has
llegado a ver a los vecinos? — le pregunté de repente.
Me cogió del brazo y me miro con ojos soñadores.
— ¿¡
Que si los he visto!? ¡Para no verlos!. Me pido al rubio que va todo el día en
calzones. — Rió Paula.
Termine por reírme con ella, y me plantee decirle la
profesión “del rubio” a ver que le parecía, aunque a pesar de conocerla poco,
estaba segura de que le iba a encantar.
Me había dejado a Adair a mí, ya que ella se había
pedido “al rubio”. Algo saltó en mi interior. Iba a verlo más a menudo, siendo
vecinos como éramos. Pero no solo iba a verlo a él, si no a Hector también. La
verdad es que el año se presentaba interesante.
El día pasó tranquilo. Por la noche, después de hablar
por Skype con mi hermana, mi madre y con Sonia y Azahara, yo y mis dos
compañeras de piso pusimos una película romanticona. Llorando las tres como
magdalenas (y eso que Anuska apenas entendía la película) nos quedamos
durmiendo en el sofá.
Al día siguiente con un dolor de cuello importante por
dormir retorcida, salía ya del piso camino a la universidad. Hoy tenía tres
horas de la clase práctica que me había perdido el lunes. Madre mía que tostón.
Con unas medias, una falda ajustada y unas botas
negras y un jersey fino y ancho, marrón claro, salí del piso.
Hoy teníamos que dar masajes en los bíceps y
tríceps, por lo que debajo me había puesto una básica blanca de tirantes.
Mi puerta y la de detrás se cerraron al mismo
tiempo. Me di la vuelta en el pasillo y ahí estaba Adair. Más guapo todavía que
ayer. Vestía un pantalón de chándal negro más ancho por la parte de los muslos
y bastante más estrechos llegando a la pantorrilla, combinado con una sudadera
gris.
Sinceramente, acababa de conocer el significado de la palabra deseable. Estaba para comérselo, con el pelo recién
salido de la ducha y con cara de sueño. No entendía lo que me pasaba con él, y
eso me daba mucha rabia.
— Buenos
días, — dijo dándome un repaso con la mirada.
— Hola,
— conteste. Me sentía muy tímida y eso no era propio de mi.
— ¿Vas
a la universidad? — dijo toqueteándome un rizo con toda la confianza del mundo.
— Te puedo llevar si quieres, tengo el coche abajo.
Retire mi cabeza y me hice para atrás. Por algún
motivo hoy había decidido ser amable conmigo. No me gustaba que fuera tan
amable, me hacía pensar demasiado.
— No
gracias, — rechacé su oferta. — Voy andando, es más sano.
Un toque de sarcasmo lleno mi voz. No quería que
sonara así, pero ya era demasiado tarde. Mi cabeza estaba dispuesta a hacerle
la guerra a Adair mientras mi cuerpo pensaba otra cosa totalmente distinta.
Bajemos las escaleras en silencio. Me estire para
coger el picaporte de la puerta para salir a la calle. Estaba híper consciente
de donde estaba él y donde estaba yo, de mi manera de andar y de todos mis
defectos. Cada vez que lo veía me convertía en un saco de nervios.
Al abrir la puerta me choque con su espalda. Juro
escuchar como inhala mi perfume, pero estaba tan distraída con el calor de su
cuerpo que la cabeza de daba vueltas. Lo veía todo surrealista. Me gustaba
demasiado, me provocaba mucho.
Salí de allí tan rápido como pude.
— Hasta
luego leona, — gritó a mi espalda.
— Hasta
luego moreno, — dije de vuelta. La
verdad, no podía haber encontrado un mejor apodo para él.
Ya en la universidad, con una señora cincuentona y
con muy mala leche de maestra, nos trasladamos a la parte de las salas, donde
estaban las camillas para hacer las practicas.
Mercedes, que así se llamaba mi maestra, me había
adoptado de tal modo que, mientras que ella daba clase yo tenía que permanecer
a su lado. Nada me daba más vergüenza que estar delante de toda mi clase
mientras ella me usaba de conejito de indias. No me hubiese imaginado que al
decirle que no tenía pareja me iba a ocurrir esto.
Veía como Jolie y Tatiana me animaban desde la
primera fila de camillas. Pero pocas cosas me animabas ya.
Mercedes me sentó en la camilla, apretando mis
bíceps fuertemente, simulando lo que se tenía que hacer en caso de que el
paciente tuviera nudos en esa zona. De repente un escalofrió me recorrió el
cuerpo.
— Toma,
practica con ella y enséñale que voy a ver como lo hacen los demás, — dijo
Mercedes.
Una mano muy grande tomó mi delicado brazo.
— No
se preocupe, yo me ocupo de ella.
Estaba segura de que en ese momento la sangre
abandonó mi cara. Estaba blanca como el papel ¿Qué hacía allí Adair y porque me
tenía que dar un masaje en el brazo delante de toda mi clase? O Dios… después
tenía que dárselo yo a él.
Sensaciones desconocidas sacudieron mi cuerpo, me
sentía nerviosa y excitada al mismo tiempo.
Esto cada vez era más surrealista. Parecía que algo
o alguien estaba dispuesto a meter a este pedazo de hombre en mi vida. Y yo
todavía no estaba dispuesta a dejarlo entrar.
Hola¡ espero que os haya gustado¡¡ Comentar¡ (L)
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