lunes, 9 de marzo de 2015

Capítulo 1. (Como esquivar al amor)

"Quizás para el mundo solo seas una persona,
 pero para una persona, puede que seas su mundo"



El nuevo instituto no estaba mal. Unas semanas después del comienzo de clases yo estaba más que instalada en el…, de mi nueva casa no podía decir lo mismo.

Pensaba que nos mudaríamos a una casa nueva con todo nuevo, pero Damián no se tomo muy bien la noticia, por lo que no; al final y “hasta que Damián se acostumbre a nosotras” (frase que repetía constantemente mi madre), estamos viviendo en la casa de Tiago.  

Lo peor de esta historia no era vivir en la casa de ellos, de hecho, estaba bastante bien. No está lejos del centro ni del nuevo instituto. Yo realmente podría acostumbrarme a vivir aquí.
El problema que yo tenía no era ni con la casa, ni con el instituto, claro que no. Porque eso sería demasiado fácil. Ahora por favor, decirme ¿Cómo puedo salir de la hermanastrozone? ¿Es siquiera ético salir? ¿Existe dicha zona?

Si, si había algo peor que la friendzone, era la hermanastrozone con odio agregado.
Damián no podía ni verme. Después de su comportamiento amable en el campeonato de cross, se esfumo todo.

Desde que comenzamos a mudarnos e intentado ser amable con él, ser despreocupada (cuando lo único que quiero es abalanzarme encima suyo), ayudarlo cuando pueda, me he comportado bien, pero nada ha surgido.

He llegado a pensar que estoy loca, ¿Cómo me puede gustar un chico al que apenas conozco?
A día de hoy, llevo un mes en el instituto, estamos en la misma clase y a excepción de Enzo, nuestro vecino, nadie sabe que es mi hermanastro. Para más inri la mayoría de la gente no sabe ni que nos conocemos. Aunque es verdad que no nos conocemos… solo de vista.

Si el esfero este sigue así, yo aquí me caigo muerta, resoplo Enzo.

¿El esfero?, reí yo. Tenía cada ocurrencia.

Sí, es una mezcla entre un gordo y un feo, comentó con naturalidad. Y venga, no me negaras que esa barriga es totalmente redonda. Señaló al profesor de historia, un señor bajito y simpático que al parecer también era “esfero”. Mirándolo bien, daba hasta un poco de grima.

Reí por lo bajo. No podía negar que Enzo me agradaba mucho. Lo conocí el segundo día de mudanza. Su madre su hermano y él viven en la casa de al lado.

El aspecto de Enzo no podía descuadrar más con su personalidad. Parecía un jugador de fútbol americano dispuesto a arrancarte las bragas en un momento, y sin embargo era dulce y cariñoso… y para nada hetero.

Lo que más me gustaba de Enzo era su planing de futuro. Sabía perfectamente lo que quería hacer. Tenía pensado irse a vivir con su novio Franjo (el cual se parecía a Jorge Javier Vázquez) a Valencia, y cuando terminara la carrera de bellas artes, irse a New York a hacer un máster y buscar un trabajo. Realmente, envidiaba eso de él.

Mi proyecto de futuro más cercano era aprobar el examen de la semana que viene y conseguir cruzar más de dos palabras con Damián.

Al acabar la clase Enzo y yo nos dirigimos al patio. La siguiente clase era geografía, y nos la íbamos a saltar. No estaba bien, pero realmente necesitaba un poco de aire.

Ya en la azotea del edificio, y bien escondidos para que no nos pillaran fumar (era un vicio muy insano que debíamos dejar pronto), salió el tema de la fiesta de bienvenida que preparaba un chico de clase llamado Lucas. Al parecer era algo así como la iniciación del curso.

El chico, que presumía mucho de cartera, alquilaba un local todos los años, y pinchaba varios barriles de cerveza. Y esa era una oferta que no podíamos rechazar.

Ya te estás adaptando, comentó Enzo despreocupadamente.

Gracias a ti, sonreí y me apoye en su hombro.

¿Damián sigue sin hablarte?

Yo creo que todavía ni me ha visto. El otro día coincidimos en el baño y apenas abrió la puerta la volvió a cerrar, Comenté con desgana.

En mi mejilla el hombro de Enzo subía y bajaba, mientras una suave risa llenaba el ambiente.

¿Qué esperabas?,  que se quedara a verte mear. Le pegue fuerte en el brazo mientras me separaba de él.

No me refería a eso y lo sabes, replique indignada. Había pasado ya más de un mes y la frase más larga de Damián hacia mí había sido la de “pasame la sal”.  

Entendía perfectamente lo difícil que era llevar una situación como esa. Yo también la estaba viviendo y aunque intentaba no pensar, ciertos momentos eran difíciles. Pero la tenía tomada con mi madre y conmigo, y eso no lo podía negar.

Le pegué una calada al cigarro pensativa. De repente la puerta de la azotea se abrió. Escondí el cigarro y cerré la boca reteniendo el humo. Mierda.

Ya me imaginaba castigada con un parte o expulsada, cuando vi la cara de quien era.
Dos ojos color miel me apuntaban directamente. Sin poder contener más el humo lo solté. Vi como Damián pasaba por delante de nosotros y se apoyaba en la barandilla.

¾  ¿Se lo vas a decir a Isabel?, le pregunté.

Damián me miro fijamente un momento. Y empezó una especie de conversación mental.
Yo le pedía con la mirada que no le dijese nada a mi madre. Y él me decía con una media sonrisa que esta me la guardaba. Pero no estaba segura, no lo conocía lo suficiente para leer sus expresiones.

 Acto seguido sacó un cigarro de su bolsillo y se lo encendió dándonos la espalda.
Me quedé boquiabierta por tres cosas, la primera, no sabía que Damián fumaba. La segunda, probablemente esa había sido la conversación más larga que había tenido con Damián en casi dos meses… y eso que no habíamos hablado. Y la tercera… que de espaldas estaba igual de bien que de frente.


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